Seguí trabajando con “Paquete” seis años más, me hice por el tiempo oficial, aprendí el oficio de electricista, seguía con el Renault 4, bajando de Líria. A mitad de camino el vehiculo comenzó a dar enganchones y fallos en el motor, hasta quedarnos tirados en la cuneta. Paquete comentó: “¡ya nos hemos quedado sin gasolina, coño!, y no veas lo lejos que queda la gasolinera para ir andando!”, se nos iba a hacer de noche.
No estaríamos ni cinco minutos cuando, por obra de magia, se apareció la pareja de motoristas de tráfico.

Al vernos tirados, pararon y saludando nos dijeron: “¿Qué les ocurre?,¿ están averiados?”. Mi jefe, que miró al cielo cuando los vió aparecer, todo contento, les contestó: “No señor guardia, que me he quedado sin gasolina”. El guardia le dijo: “Pues eso no tiene importancia, se lo soluciono en un instante.” Se desplazó hacia su moto y todo sonriente trajo una lata de gasolina de cinco litros, diciéndole a mi jefe: “abra el deposito y ¡a volar!”. Paquete le contestó: “no hace falta, está abierto, pues perdí las llaves y lo tengo con ese tapón de corcho de garrafa”. El guardia le dijo: “hombre, cómprese un tapón que esto es un peligro y le pueden robar la gasolina”. Mi jefe asintió con la cabeza por si le denunciaba, terminó de vaciar la lata de gasolina y dijo: “bueno, esto ya está, dígame lo que le debo”, sacándose la cartera del bolsillo. El guardia le contestó: “De la gasolina nada
Paquete no se lo podía creer, la fama que tenían los guardias de malos y lo amables y serviciales que habían estado con nosotros. Comenzó a darles las gracias, solo faltó que les besara la mano. No terminó ahí la cosa, el guardia cuando dejó la lata en su moto, cogió la libreta de las recetas y le dijo: “firme aquí, que lo he denunciado por quedarse sin combustible en la carretera”. Mi jefe cambió de color y le preguntó: “¿Cuanto es la multa?”. El guardia le dijo: “nada, 2.000 pesetas”. Mi jefe le firmó la receta, los guardias se marcharon y Paquete arrancando el Renault dijo: “vaya gasolina más cara que me ha salido...
Le salió un trabajo en la calle de Grabador Esteve en Valencia, una reforma de un piso de más de 200 mt en una finca muy lujosa, que tenía hasta portero y ascensor. Vivían allí un matrimonio sin hijos; él era director de un buen banco y ella era una señora “lorito”, pues hablaba como esos pajaritos.

Me encargó la faena a mí, que junto con un aprendiz, “Ceferino”, nos pusimos manos a la obra. Comenzábamos a trabajar a las nueve de la mañana ya que vivían en el piso y la reforma se tenía que hacer con los dueños allí viviendo.
Tenían una sirvienta de mi misma edad, guapa y muy simpática, sevillana. Yo noté que le gustaba y que estaba por mis huesos, cosa que a mí también me gustaba, pero yo ya tenia el corazón ocupado. Ella nunca desistió, rato que no estaba la señora y aprovechando cualquier excusa, se venía a hablar conmigo y preguntarme si quería algo. Los señores se iban antes que comenzáramos a trabajar; el hombre a su banco y la señora “lorito” a comprar hasta la hora de comer. La llamábamos “lorito” porque tenía una jaula grandísima llena de periquitos machos y hembras todos juntos, que se pasaban todo el día chillando y riñendo.

Allí nos quedábamos con Carmen, que así se llamaba la chacha; nos cuidaba muy bien, no nos faltaba de nada, cerveza para almorzar, agua bien fresquita para trabajar, cerveza, café y copa para comer y horchata y rosquillitas para merendar. Cada día que pasaba estaba más enamorada de mí, yo nunca le di pie y me comporté, como un amigo. Un día me invitó a salir a bailar, a un baile de la calle Túria, que tenía fama por los jueves, que era el “día de churra”. Acepté la invitación y nos fuimos a bailar todos muy arreglados. Ella estaba muy guapa, estuve a punto de caer, si no hubiera sido porque vino acompañada de su amiga y ya lo dice el refrán: “tres para el saco y el saco en tierra”. Nos lo pasamos muy bien pero no hubo tema.
Estuvimos casi dos meses en la reforma, había mucha faena, estábamos a cuerpo de rey. Ya nos juntábamos más de seis entre fontaneros y pintores. A la hora de almorzar, como yo no me tiraba a la piscina con Carmen, un pintor empezó a gustarle, también de la misma edad, comenzaron salir y creo que se llegaron a enamorar. Estábamos ya a punto de terminar la reforma, estaba todo pintado. Había quedado muy bien. Se marcharon los fontaneros, los carpinteros, los pintores y allí estábamos rematando el trabajo colocando lámparas interruptores y enchufes, ya casi todo terminando, cuando ocurrió lo siguiente:

Estábamos colocando interruptores y enchufes y como estaban viviendo, por no cortar la electricidad, por la lavadora, la nevera y dejar la casa a oscuras, nos pusimos a trabajar con corriente. Habían dos habitaciones muy oscuras donde no se veía nada. Entonces mi aprendiz Ceferinho le dijo a la señora, que ese día no había salido a la calle y estaba con batín y sin arreglar, que si tenía una linterna para alumbrarse, ya que no se veía nada. La señora “lorito” le dijo: “no tengo linterna, pero te puedo alumbrar con una vela”. Ceferino le dijo: “tráigamela y alúmbreme”. Estaba colocando los enchufes de las mesitas de noche, arrodillado y la señora detrás alumbrándole y diciéndole: “ves con mucho cuidado, no te vaya a dar la corriente. Estoy asustada de verte, ahí tocando los cables, yo les tengo pánico y horror. No valdría para eso” y seguía diciéndole y repitiéndole: “qué miedo y estás tocando los cables con corriente y no te pasa nada”. Ceferino le contestó: “No, ya lo ve, venga, tóquelos usted y ya lo verá”. Se giró y cogiéndole la mano a la señora, le dió una fuerte descarga eléctrica. Ésta salió despedida más de tres metros. La descarga se la transmitió, a través de la mano. La señora “lorito” se quedó toda esparramada por el suelo, a oscuras y con todos los pelos de punta. Se levantó y comenzó a gritar y a chillar como una loca
Le había dado un ataque de pánico. Estaba aterrorizada, comenzó a correr hacia la escalera, gritando: “¡socorro!, ¡auxilio!, ¡socorro!, el electricista se ha vuelto loco me h querido matar!”. Abrió la puerta de casa y salió a la escalera venga el grito y pidiendo socorro: “¡auxilio!, el electricista me ha querido matar!”. Los vecinos no tardaron en salir a la escalera a ver qué era lo que estaba ocurriendo con tanto escándalo. Hasta el portero subió a ver lo que había sucedido. Una vecina le sacó una silla y la sentó para calmarla, a la vez que le daba unos sorbitos de agua para tranquilizarla. Otra vino con un vaso de tila y cuando empezó a tranquilizarse comenzó a contar lo que le había ocurrido, yo a ahí estaba.

No sabía qué hacer ni qué decir, solo que cogí a Ceferino y le dije: “¿qué ha pasado?, cuéntame”. El pobre chaval todo asustado me contó lo que le había hecho. Él no pensaba que la señora “lorito” llevaba unas zapatillas de suela de material que no son aislantes y por eso le dió la descarga eléctrica tan fuerte.
La señora se recuperó, poco a poco. Llamó a su marido y cuando se presentó en casa, llamó a Paquete y le dijo que no quería en su casa a ese chaval. Así que Ceferino cogió su ropa y su herramienta y lo trasladó a otro trabajo, no lo despidió. Yo continué unos días más hasta terminar. Terminé la reforma, el trabajo y la amistad con Carmen, todo a la misma vez. Nunca más nos volvimos a ver, se haría novia, y se casaría con aquel pintoret. Chaoo