sábado, 23 de febrero de 2008

El Mono Titiritero

Érase una vez un mono, que vivía subido en un manzano, a la orilla del mar mediterráneo, se pasaba todo el día cantando y riendo mientras saltaba de rama en rama y decía: “Yo soy el mono titiritero, soy el más listo del mundo entero”.



Todos los días, a muy pocos metros del manzano, se acercaba una ballena, para oír desde allí cantar al mono. Así transcurrió mucho tiempo, tanto que al final se hicieron muy buenos amigos, la ballena le contaba muchas cosas del mar y algunas veces le traía conchas y caracolas, y el mono le regalaba las manzanas más bonitas.





Un día la ballena le invitó a un viaje por el mar, y así podría conocer a su pueblo y sus gentes. “¡Oye mono!, vente conmigo y te enseñaré donde vivo, que te gustará y te divertirás mucho”. El mono le contestó: “Ay ballena, sí que me gustaría, pero tengo mucho miedo, púes no se nadar y me ahogaría”. La ballena le dijo: “no tengas miedo, que yo te llevaré encima, y te prometo, que ni una sola gota de agua te ha de tocar. El mono se lo pensó, y después de un rato le dijo: ¡vámonos! El mono, de un gran salto, se subió encima de la ballena y esta, con mucho cuidado, lo sentó cómodamente en su espalda y comenzaron a viajar.




La ballena nadó muchas horas, y en su camino le explicaba todo lo que veía. Pasaron por Alicante y Santa Pola, y al llegar a la isla de Tabarca, sucedió lo inesperado, púes se encontraron con un séquito de Delfines que acompañaban a su majestad el rey de los mares. Un calamar les acompañaba detrás, mucho más despacio, y la ballena le preguntó: “oye calamar, ¿que le ocurre a nuestra majestad el rey?” el calamar le contestó llorando: “que el rey está muy grave y se nos muere, necesita el hígado de un mono para salvarse”.

La ballena, al oír lo que el calamar le decía, se giró mirando al mono, y le dijo: “oye mono, tu eres mi amigo, así que me podrías dar tu hígado para salvar la vida del rey. El mono le contestó: “mira, yo si que se lo daría, pero soy tan despistado y olvidadizo…, que me lo he dejado colgado, de una rama del manzano”.

Así que si lo quieres, podemos volver y cogerlo. La ballena no se lo pensó y dio media vuelta, y a toda velocidad, pusieron rumbo hacia el manzano. Como iban a toda velocidad, tardaron menos tiempo y en unas horas se presentaron frente al manzano, y cuando tan sólo faltaban cinco o seis metros, el mono pego un gran salto con el que se quedó subido al manzano. Fue entonces cuando le dijo a la ballena: “sí quieres el hígado, sube tu aquí a buscarlo, que yo no lo encuentro”.

La ballena se quedó con dos palmos de narices y toda enfadada y el mono por el contrario, estaba muy contento saltando y riéndose comenzó a cantar: “YO SOY EL MONO TITIRITERO, SOY EL MÁS LISTO DEL MUNDO ENTERO".



La ballena, siguió yendo todos los días a escuchar al mono cantar. El rey no se murió, le sacaron unas espinas de un atún que se había tragado. El mono se enamoró y se fue a vivir lejos, a la montaña, se casó con una mona chimpancé con unos bonitos ojos verdes. Tuvieron tres monitos, a los que llamaron MATEO, PEPITO Y MANOLITO. Vivían en un gran manzano y fueron muy felices, el mono siguió cantando y riendo, y nunca más se volvió a embarcar.



Os dejo me voy a cenar y ver el telediario de las nueve. Chaoo…

Mi nacimiento

Nací un 22 de mayo de 1949 en Valencia capital, junto a la plaza del Ayuntamiento, antigua del Caudillo. Nací en una clínica llamada la casa del chavo, como muchos valencianos del momento. A las pocas semanas me bautizaron en la Iglesia de Santa Mónica del barrio de Sagunto. Mis padres se llamaban Alfonsa y Bernardo, y de mi padre llevo el nombre.

Mis padres


Mis padrinos fueron mis tíos Emilín y German. Mis padres vivían junto con mi hermana Carmen en Godella, un pueblo de l´Horta Nord a siete kilómetros de la capital conocido por sus pirotécnicos Bronchú y Caballer donde me llevaron a vivir después de estar unos meses viviendo en casa de mis abuelos Josefa y Mateo, en un pisito de la calle de Pepita de Valencia donde estaba el cine Majestic, típico por su general, todos comiendo pipas y fumando, así comienza mi historia y mis aventuras, os voy a contar algunas cosas buenas, las malas para que, esas me las callaré, también las he vivido.
Mis recuerdos me llevan, a la edad de tres años, más o menos recuerdo pocas cosas, serán las que te marcan y no se nos olvidan, pues ya tengo algunos años.

Mi hermana y yo

Vivía en la calle de Cervantes n 7 de Godella. Era una calle de tierra y cuando llovía era un barranco.Llena de árboles y muy tranquila, orientada al mar y en verano era muy fresca. Estaba llena de comercios, todo juntos el horno del tío Miguel, la carnicería de Delfina, la lechería de Paquita, la paquetería de la señora Carmen , el quiosco de Tolo, la pollería de Rapas, la botifarronería de Toni y el hielo de casa Candideta, otra carnicería arriba de la calle, y las tiendas de comestibles, la Fita, Rosendo, la Chichona, Bartola, la bodega de la Chispa, la carbonería y lápidas Monzó, los electrodomésticos, y barbería de Manolo que a su vez hacia de practicante poniendo inyecciones a todo el barrio, a mí me puso muchas banderillas de penicilina, lo recuerdo desinfectando las agujas quemando alcohol con el mismo estuche metálico.
El colegio del mismo nombre Cervantes, un colegio público donde comencé a los cinco años en párvulos a leer y escribir, era muy bonito estaba en plena montaña rodeado de pinos y algarrobos, el recreo lo separaba una raya blanca pintada en el suelo, en una parte jugaban las chicas y en la otra los chicos, tenía en su pared un gran reloj de sol y una estatua de Cervantes en la entrada. Los wáters sólo eran para hacer aguas menores, lo otro teníamos que salir a la montaña, en plena naturaleza junto a las cuevas de Pancho y el cementerio viejo.
Me olvidaba de la carpintería de al lado de mi casa pared con pared, cuando estaba la maquinaria en marcha retumbaba y se movía toda la casa, parecía que se iba a caer, al final me acostumbré al ruido.
Este era mi barrio, llamado el tercio gente trabajadora, el pueblo lo dividía las vías del tren, en los de arriba y los de abajo. Era frecuente cuando tocaban a difunto que la gente de abajo preguntara -quí sa mort?- y alguien contestaba -ningú, uno d´allá dalt-.

Calle Cervantes

Godella tiene una ermita el Salvador donde me casé y bauticé a mis tres flores, el cura se llamaba D. José, era zona de veraneantes ya que en verano aumentaba la población, les llamábamos los señoriítos. Las fiestas son a mediados de agosto todos los años, hacían varietes y espectáculos en la calle gratis, cada uno se llevaba la silla de su casa y lo pasábamos muy bien. El último día era la procesión de la virgen de los, Desamparados con las autoridades y sus clavariesas.
Ya conocéis un poco mi pueblo, donde me crié y viví mi infancia, ahora ha cambiado mucho, venir y seguro que os gustará GODELLA LA VELLA..
Otro día os contaré mas cosas, me voy a cenar y haber el telediario de las nueve, chaoo.

sábado, 16 de febrero de 2008

La Risa

Yo no nací llorando, nací riéndome, bueno, “descojonándome”, no sé si de verle la cara a la comadrona o de las ganas que tenía de nacer. Mi madre siempre me dijo que nací de un pedo.
Sin embargo, fue en el colegio con mi amigo Ramón Cardo cuando se me contagió la risa, como si fuera una enfermedad nos pasábamos el día riéndonos de todo lo que se movía, muchas veces nos vimos en situaciones muy comprometidas. Don Hermelando, que era nuestro maestro, ya nos conocía y cuando nos tocaba salir a la pizarra a practicar unas sumas, nos entraba la risa y era una juerga en toda la clase. Así estuve hasta los catorce años, cuando empecé a verlo como una preocupación pues ya no me consideraba un niño y había situaciones muy delicadas, porque cuanto más seria era la situación, más risa me entraba.


Una de esas situaciones incómodas fue el entierro del señor Rafael, un vecino mío que murió en su casa. Él y su mujer Amparo me querían mucho. Cuando fui a darle el pésame a su casa todos estaban llorando y al verme la señora Amparo me cogió del hombro y se puso a llorar. Me dijo: -pasa, pasa y verás al tío Rafael-, yo ya no sabía donde meterme porque comenzaba a darme la risa, la seguí hasta el dormitorio donde se encontraba el tío Rafael, en una capilla ardiente amortajado con un hábito de flaire capuchino, vestía todo de blanco y al verlo en cuerpo presente fue cuando me mordí los labios hasta hacerme sangrar, pues no me pude aguantar la risa, y exploté cuando en vez de darle el correspondiente pésame, le di una ENHORABUENA; empecé a reírme y todos pensaron que me había dado un ataque de nervios, yo no sabia qué hacer, quería que se me tragara la tierra pues sabía que no era una situación como para reírse.




En el trabajo tampoco me quedé corto, todos me conocían y el jefe también ya que cuando me mandaba un trabajo y empezaba la risa me dejaba y me decía - cuando se te pase ya hablamos -, era un buen jefe. Y en el cine cuanto más dramática era la película y todos lloraban, yo también lloraba, pero de la risa.
Así que como iba haciéndome mayor, el problema también iba creciendo y quise poner algún tipo de remedio. Tendría unos veinte años y ya tenia novia formal. Mi madre tenía una iguala del seguro, bueno un seguro particular en el cual tenían especialistas y operaban, así que solicitó una visita al medico psiquiatra, entonces no se llamaban sicólogos así que nos fuimos haber al siquiatra. Subimos un segundo piso con el ascensor, era una finca muy lujosa del centro, nos recibió una enfermera con su gorro toda muy arreglada, nos pidió que esperáramos en una salita y allí nos sentamos en unos butacones, a que el doctor nos recibiera. Estaríamos unos quince minutos cuando se abrió la puerta y apareció el doctor, un señor con gafas y de pelo blanco algo mayor, vestido con un babero todo blanco, muy amable y educadamente nos invitó a pasar. Entramos, era un lujoso despacho, todo de madera y con una librería llena de libros, unos cómodos sillones y una camilla en un lateral. Nos sentamos todos muy cómodamente y el doctor se tocó las gafas y empezó hablar. Se dirigió a mi madre y le dijo: - dígame, señora que le ocurre-, mí madre le contestó: - no doctor, es mi hijo-, el doctor puso cara de extrañado y le volvió a preguntar: -dígame pues, qué le ocurre a su hijo-, y mi madre le dio toda la explicación de mi problema, que cuanto más seria era la cosa, más me descojonaba de risa y que me iban a llamar el tonto de la risa. El doctor, después de escucharnos, se volvió a tocar las gafas, se levantó e invitó a mí madre a que me cogiera y muy amablemente le dijo: -señora, no se preocupe usted, su hijo no tiene nada, esta sanísimo, váyase tranquila que ya se le pasara con los años, pues la vida es bastante dura y tendrá hasta tiempo de llorar-, cuanta razón tenía ese doctor.

Me curé de la risa cuando me casé y vino al mundo nuestro primer hijo, seguramente por tanta responsabilidad que ello conllevaba. No obstante sigo riéndome mucho, siempre que puedo y controlándome, estoy muy bien, soy muy optimista y me gusta la gente que se ríe y lleva una sonrisa en la boca.
Recomiendo a todos que se rían todo lo que puedan, pues la risa rejuvenece y cura.
Me voy, a cenar y ver el telediario de las nueve, que me muero de risa jajajajaja.

sábado, 9 de febrero de 2008

Mi viaje a Barcelona

Tenía yo tres años cuando mi padre era pintor en una empresa de construcción muy importante, que en los años cincuenta construyó muchas viviendas en la ciudad de Barcelona. Por esa época mi padre era encargado de esta empresa, y durante un año le enviaron a pintar cuatro bloques de viviendas a la ciudad condal, así que hicimos las maletas, cogimos cuatro trastos y nos fuimos todos a Barcelona.
Mi padre viajó en el camión de la empresa con los muebles y por otra parte mi madre, mi hermana y yo nos fuimos en tren. Recuerdo esa mañana de invierno en la Estación del Norte de Valencia, cargados de maletas y bolsas subimos a un vagón que tenia unos departamentos y un largo pasillo, entramos en uno de ellos y después de arreglar las maletas y aposentarnos cómodamente, me asomé a la ventanilla a mirarlo todo, estaba maravillado pues era la primera vez que veía una locomotora de vapor tan grande, echando humo por todas partes y silbando con ese sonido tan especial, y como era la primera vez que subía aun tren, no sabia donde mirar. El viaje fue largo, y casi todo el trayecto me lo pasé observando tras la ventanilla; de vez en cuando, pasábamos por algún túnel largo y nos quedábamos todos a oscuras. Cuando me cansaba de mirar, corría por el pasillo jugando con mi hermana y aprovechaba para comer los bocadillos que mi madre había preparado y allí mismo los compartíamos con los demás pasajeros. También tuvimos tiempo de dormir.

Mi madre, mi hermana y yo en Barcelona

Llegamos a Barcelona de buena mañana y cogimos un taxi, mi madre le dio la dirección a donde nos tenía que llevar y pronto llegamos a Pueblo Nuevo, donde sería mi nuevo hogar. Nos recibió mi padre que ya estaba allí, él nos guió a una vivienda que aún estaba en construcción, sin pintar y sin algunas cosas más, y nos pusimos a arreglarlo todo.
Teníamos los sumieres de las camas levantados con unos ladrillos, los colchones eran de pellorfa de maíz y la única forma de calentarnos era con un brasero de leña, en la cama usábamos un ladrillo caliente enrollado con un trapo para no pasar frío, ya que la vivienda no tenía agua ni luz. Ocupábamos el primer piso, nos íbamos cambiando de bloque conforme iban terminando las viviendas. Con nosotros vivían cuatro pintores más, mi madre era la encargada de la comida, de la ropa y a parte también limpiaba los pisos una vez pintados.
En otro piso vivían el chofer, su mujer y sus dos hijos que también eran de la misma edad que yo, se llamaban Loli y Ernestin, con ellos me pasaba el día jugando y así transcurriría un año de mi vida.

Recuerdo de Barcelona el colegio de mi hermana que estaba en un primer piso e íbamos a esperarla mi madre y yo todos los días. También nos llevaron un día al cine los trabajadores de mi padre, vimos la película de La Cenicienta que era de dibujos animados. Y aún recuerdo todavía la playa que estaba cerca, donde jugábamos en la arena y donde en verano nos bañábamos; el puerto con sus barcos y su carabela, el palacio de Montjuic con sus vistas tan bonitas, las ramblas con sus puestos de flores y sus palomas y la estatua de Colón que señalaba el nuevo mundo.

Las Ramblas

Sucedió un domingo de verano, mi padre estaba pintando las barandillas de la escalera cuando Ernestin vino a buscarme para ir a jugar, nos encaminamos escaleras arriba hasta llegar a la terraza donde salimos a jugar, hacia un día bueno y soleado de esos de verano. Apareció por la calle un capitán de la Guardia Civil acompañado del brazo de su mujer, parece ser que se habían comprado un piso en el mismo bloque. Estaban en la acera mirando hacia arriba, observando cómo estaba quedando la fachada cuando de repente le cayó un enorme ladrillo en la cabeza que lo dejo inconsciente durante unos segundos, su mujer al verlo tirado en el suelo sin conocimiento creyó que lo habían matado y comenzó a gritar como una loca desesperada, - socorro!! –socorro!!- asesinos me lo habéis matado!!-, fue tanto el escándalo que se montó que la calle se llenó de vecinos y curiosos al mismo tiempo que volvía a recobrar el conocimiento. El capitán se levantó de un salto y desenfundando su arma reglamentaria comenzó a correr hacia el patio, que no tenía puerta, al mismo tiempo que iba gritando -hijos de p…!!! Os voy a matar, rojos cabrones os voy a pegar un tiro!!- Subió los escalones de dos en dos, gritando, salió mi madre a la escalera toda asustada y mi padre que estaba pintando la barandilla fue con el primero que se encontró, quiso detenerlo diciéndole que no había nadie mas trabajando y que estaba sólo en el bloque, el capitán por su parte no le hizo ningún caso y siguió subiendo las escaleras de dos en dos y al llegar a la terraza abrió la puerta y allí nos encontró: estábamos tirando ladrillos de un montón y como la baranda era mas alta que nosotros, no podíamos ver lo que había al otro lado. El Capitán se le quedó mirando a mi padre que le había seguido y le dijo, - el tiro te lo tenía que meter a ti, coge a esos niños y enciérralos en casa- cosa que mi padre obedeció al momento y sin rechistar, nos cogió de la mano y nos bajó. Al mismo tiempo el capitán enfundó el arma reglamentaria, se quitó el tricornio y con un pañuelo se secó la sudor, fue ese momento cuando se quedó mirando ese tricornio y en bajito y muy despacio susurró - gracias, gracias -.

Colón


El suceso fue muy nombrado y dio mucho tiempo de que hablar, a mi madre y a mí nos paraban por la calle y le preguntaban - eixe es el chiquet del atavó?? y mi madre les decía –sí, este diablo es-, pero la gente parecía que me querían, todos decían lo mismo -que noi més macu-.
Ya os contaré más cosas, me voy a cenar y ver el telediario de las nueve. Chaoo.